Luminarias

Por Karen Ponciano

A propósito del pasado 25 de noviembre, fecha que marcamos cada año en torno a la lucha por la eliminación de la violencia de género, Karen Ponciano ilumina con una destellante reflexión el horror de la violencia vivida por las niñas víctimas y sobrevivientes del incendio del Hogar Seguro Virgen de la Asunción. 

 

“Pin Pon es un muñeco 

muy guapo y de cartón, 

se lava su carita 

con agua y con jabón…”

 

Según el Sistema de Naciones Unidas, “en Guatemala, las y los jóvenes constituyen el 39 % del padrón electoral, aun cuando un 70 % de la población tiene menos de 30 años. Según estimaciones, este grupo ha llegado a 4 millones de personas actualmente y se proyecta a 6.8 millones para el año 2,050. Sus planes de vida y anhelos pueden ser afectados por el limitado acceso a la educación (solo 31 % de jóvenes accedieron a la educación básica y 23 % a diversificado, ENJU 2011); al trabajo formal y remunerado (78 % sin seguridad social y 69 % empleado en el sector informal). Los jóvenes, principalmente las mujeres están expuestas a la violencia sexual y la falta de educación integral en sexualidad (solamente en 2021, se reportaron 72 077 nacimientos de madres adolescentes).”

Escupo estos datos de las decenas que puede una encontrar, si se busca bien, sobre esas vidas jóvenes que, a su vez, nos escupen la indiferencia en el rostro. También busco rostros y encuentro setenta y seis fotos de la marcha del 8 de marzo de 2017. En uno de los cárteles que apenas logro distinguir en la multitud, había una pregunta “¿por qué mi vida no tiene valor?”. Centenares de cárteles disimulaban la pregunta punzante. No sabía, en el momento en el que tomaba aquellas fotos, que ese cartel sellaba ya la tragedia. 

Manifestación de marzo de 2017. Foto de Karen Ponciano.

En Guatemala, saltamos de un horror a otro, decía Alejandra Gutiérrez Valdizán en la ceremonia de los premios GABO 2022. Y cada horror, proseguía, se vuelve pasado en un instante. El horror al que aludía era el incendio del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, donde perecerían 41 niñas y 15 sobrevivirían con lesiones y secuelas psicológicos de por vida. Apenas unas horas antes del incendio, esas niñas cantaban esa canción infantil que aprendí de mi papá desde muy pequeña. Aún escucho su voz al entonarla y el efecto que producía en mí. ¿Cuántas veces habré sentido que Pin Pon no era un muñeco, sino aquella voz grave que me lograba transmitir una sensación de bienestar y seguridad? No lo sé. Solo sé que, aquellas niñas, era lo único que pedían. No es un detalle ínfimo, lo de la canción. Acaso dice más de ellas que el propio fuego. Las niñas estaban ahí, en su universo agrietado, entonando una canción dulce como si ésta pudiera sostener por sí sola un frágil edificio, porque “hogar”, no era. 

Es cierto que pasamos rápido la página de los horrores, pero quedan registrados en el magma de nuestras vidas. No puedo sino pensar que ese incendio de 2017 está inscrito en el fuego de nuestra historia. Hace cuarenta y dos años, casi cuarenta y tres, morían calcinadas 37 personas en la Embajada de España en Guatemala. No fue sino hasta 2014 que se realizaron las audiencias del juicio por este caso y, al tratar de dar cuenta sobre ellas, escribía que  “cada detalle en los testimonios mostraba la furia del fuego, las circunstancias de la muerte, la dimensión del siniestro. En una sala de tribunales un tanto húmeda, era difícil imaginar lo que pasó: no sentíamos el pánico ni nos orinamos del terror y de la angustia. El horror estaba congelado en el tiempo. Ya no. No se puede decir mucho de una matanza: están todos muertos, calcinados. Hacía una lista de las edades aproximadas de las víctimas: 20, 23, 25, 30, 38, 20. Eran nuestros padres y madres incinerados.” Un amigo poeta me corregía aquella noche: “No, somos nosotros quemados, calcinados.” En 2017, eran nuestras hijas. No existe, ¡reconozcámoslo por fin!, el horror aislado. 

El horror no es un accidente. 

Sé que escribo a miles de kilómetros de distancia de aquel horror y de la violencia que sigue golpeando a miles de niñas y jóvenes mujeres. Sé también que nos persiguen sus fantasmas y las lenguas abrasadoras del incendio. ¿Cuántos sinónimos del horror podemos nombrar? ¿Son infinitos? Caminando en calles que no son las mías, me pregunto cuántas veces fingimos no saber cómo el horror y sus gritos no son, intrínseca e incesablemente, los nuestros. Hemos visto y oído demasiado. Cerramos la puerta y huimos aunque sabemos que, del naufragio, nadie escapa. Acabarán entrando las 41 luminarias multiplicadas, esas vidas que siguen cantando, filtrando o transformando la luz que nosotros tímidamente alcanzamos a emitir. 

 

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Karen Ponciano es doctora en antropología social. Investigadora visitante en STK (Centro de estudios interdisciplinarios de género) de la Universidad de Oslo. Investigadora y profesora universitaria, dirigió el Instituto de Investigaciones del Hecho Religioso de la Universidad Rafael Landívar de Guatemala y fue vicedecana de la Facultad de Humanidades en la misma universidad.

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