El hombre, borracho y agresivo, la perseguía para golpearla. Roxana Tojil tenía 21 años y con siete meses de embarazo corrió para esconderse debajo de una mesa. Estaba aterrada y su mayor preocupación era la niña que crecía en su vientre.
La violencia tuvo consecuencias: la bebé, Mirsa Rosmeri López Tojil, nació antes de tiempo y en sus primeros minutos de vida recibió varias nalgadas hasta que por fin pudo llorar.
Mirsa nació en el Hospital Roosevelt, un edificio monumental de la Ciudad de Guatemala, con más de medio siglo de existencia; 16 años después moriría en ese mismo lugar, a donde llegó con quemaduras por el incendio en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en donde el Gobierno de Guatemala tendría que protegerla y cuidarla.
Mirsa soñaba con comprar un carro azul para pasear con su familia, una casa para que su madre y su abuela materna tuvieran un hogar. Quería ser abogada y defender a mujeres víctimas de violencia.
Disfrutaba escuchar de su madre que era la preferida de sus cinco hijos, pasear y comer helados de fresa. Varios, pues no podía ser solo uno. Era alta, tenía el pelo liso y negro, le llamaba la atención aprender a cortar el cabello y, de hecho, antes de morir lo consiguió.
“Todo lo que tenía era para mis hijos, desde que el padre de Mirsa me abandonó, me dediqué a trabajar para que pudieran estudiar y comprarles leche o lo que les gustaba comer”, recuerda hoy su madre, Roxana Tojil.
La adolescente tenía un carácter fuerte y acostumbraba a reñir con sus hermanos, pues no les tenía paciencia. A veces decía que prefería haber sido hija única. A pesar de eso, los dos hermanos y las dos hermanas sienten nostalgia por ella.
Mirsa también solía decir que moriría durante su juventud. El último domingo que se vieron, Roxana iba vestida de negro, el color del luto. Ambas se preguntaron por qué y no hallaron una explicación. La madre piensa que fue un presagio de lo que sucedería tres días después.