No fue el fuego: la llave sigue en las manos equivocadas

Fotografía de José David López. Imagen de detalle de la obra «Las llaves perdidas», de Ocote, compuesta de 41 llaves metálicas que llevan calado el nombre de las niñas del hogar seguro, una alegoría a las puertas que jamás les abrieron.

Por Carol Zardetto

Es un domingo lluvioso. Es 4 de septiembre de 2022. Me encuentro en la Aldea Santa Ana, frente a las puertas de La Nueva Fábrica**, para visitar la exhibición No fue el fuego que conmemora a las niñas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción que fueron víctimas de la represión del Estado en el año 2017. 

Cincuenta y seis niñas hacinadas en una pequeña habitación cerrada con candado. Se inicia un incendio y las autoridades encargadas de cuidarlas se niegan a abrir la puerta. Cuarenta y una fallecieron, 15 sobrevivieron con gravísimas lesiones. 

Los números son pavorosos. Más de medio centenar de niñas sometidas a un castigo tal. El acontecimiento marca nuestra memoria colectiva. Es una cicatriz que, como urdimbre, teje con textura burda las historias de muchas familias, barrios, comunidades. Es un mojón en la geografía de quienes somos. Recordar lo acontecido es un ritual ineludible.

[Visita nuestra cobertura especial «No fue el fuego»]

La galería todavía no está abierta. He llegado demasiado temprano. Mientras espero, reflexiono en la traición de las palabras. El fuego fue un factor crucial en la evolución humana, tan cercano a la familia y la sensación de estar protegido que con frecuencia hogar y fuego fusionan su significado. Se convierten en sinónimo. 

Calor, relatos, la olla familiar esparciendo los aromas del sustento, protección de la intemperie y de cualquier acechanza que la oscuridad pudiera atraer, fuego y hogar evocan recuerdos benignos. Pero, justamente allí, en ese lugar tierno, el afilado cuchillo nos despierta a realidades muy graves: hay demasiados hogares que están lejos de ser seguros. 

En esta organización social que llamamos Guatemala, el fuego puede arder sobre los cuerpos de más de medio centenar de niñas mientras la autoridad del Estado ignora su grito de dolor y las deja morir como escarmiento. El asombroso acontecimiento provoca una cascada de revelaciones: descubrimos que los «hogares seguros» a cargo del Estado también traicionan su nombre: se trata de instituciones atravesadas por aberraciones y crueldad.

¿Cuál es el sentido de esta exposición? El texto de sala, elaborado por la curadora Maya Juracán, nos lo indica: arte en diálogo con el periodismo. Me parece que hace sentido. Hacer conexiones es parte del proceso de generar sentido. 

Fotografía de José David López. El público integrado en la sala que recorre los diversos registros artísticos de la exposición «No fue el fuego».

El periodismo en Guatemala respondió a este acontecimiento con esmero. Reconstruyó los hechos, recogió los testimonios de las sobrevivientes, las acompañó en su proceso de sanación personal, entrevistó a las familias, nos trasladó sus historias para salir del embrujo de los números. 

Porque 56 no es solamente un número. Cada una de las niñas involucradas en esta tragedia es una vida humana, un sueño de futuro, una esperanza, una madre, una familia, una comunidad dañada por el sufrimiento y la pérdida. La producción periodística construyó para nosotros ese contexto y, al hacerlo, humanizó el sufrimiento. 

Aún nos queda la tarea de asimilar que lo acontecido nos pertenece. Elaborar que somos parte de ese dolor porque somos tejido. Por eso, participar de las acciones para sanarlo nos involucra. No somos individuos aislados. Tampoco somos todavía una comunidad, pero queremos serlo: una comunidad que se respeta a sí misma, porque respeta a cada uno de sus miembros. 

El arte es una herramienta para llegar allí. Nos provoca, nos permite ver, nos une, ayuda a encontrar un camino. ¿Podremos hallar un camino? La pregunta es cada vez más urgente.

Inicio mi recorrido con las obras visuales de once artistas. Ocote lanzó la convocatoria para esta conmemoración, dedicándola a la técnica del grabado. Pienso en ellas, las artistas, conectando con esta historia que involucra a tantas otras mujeres, mientras con sus gubias tallan en la madera los detalles de su obra. 

Y no puedo sino comparar esta acción de abrir surcos sobre la materia maleable de la madera con la fina labor de nuestra memoria que también talla los acontecimientos en ese lugar desde donde recordamos. El molde tiene la potencialidad de reproducir ad infinitum la imagen. De igual manera, la memoria reproducirá para siempre los recuerdos, siempre frescos, inmaculados. El olvido es una ficción. No hay manera de borrar lo que nos ha pasado.

Fotografía de José David López. Los 11 grabados durante la exhibición de No fue el fuego en la Nueva Fábrica, en Antigua Guatemala.  

***

Una lluvia de gritos interrumpe el hilo de mis reflexiones. Llega a mí desde otro espacio de la galería que acoge la exposición «Grito», una retrospectiva de la obra de Regina José Galindo. 

No es casualidad, porque una de sus obras recrea esos nueve interminables minutos que las niñas estuvieron sometidas a la tortura del fuego, gritando, sin que la puerta se abriera. 

Cumple su cometido. Nos hace entender que nueve minutos son muy largos. Suficientes para abrir un candado. Suficientes para evacuar a las niñas, ponerlas a salvarlo. La intención del perro cancerbero que resguardaba la única llave nunca fue esa: salvarlas. 

Castigo es una palabra amarga. Acompañó a las niñas desde su infancia, durante su estancia en el Hogar Seguro, y se convirtió en el motivo de su muerte temprana. No asombra porque es la palabra que acompaña con demasiada frecuencia a las mujeres en Guatemala.

Me acerco a la línea de tiempo, bordada con hilo, una obra de Marissa Alarcón. Nos enseña que los «hogares seguros» se crearon en el año 2006. Ya para el 2012, los psicólogos que trabajaban allí denunciaron los abusos que sufrían los niños, niñas y adolescentes. 

Fotografía de José David López. Público frente a «Hilando historias de nosotras», pieza bordada de Marissa Alarcón: una línea del tiempo bordada que reinterpreta desde las manos la cronología de eventos de la cobertura periodística de «No fue el fuego».

En el 2016, la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH) denuncia la desaparición de 55 niños y niñas. El 12 de diciembre de ese año, un juez emite resolución de violaciones a niños menores de edad. 

En 2017, el 14 de febrero, ocurre un motín/escape. El 7 de marzo, la PDH solicita verificar el estado en que se encuentran los niños, niñas y adolescentes. El 8 de marzo, a las 2:11 horas, personal del Hogar Seguro Virgen de la Asunción encierra a 56 niñas en un aula de 7 x 6.8 metros. 

El fuego fue para pedir ayuda. 10:00 a 11:59, familiares de jóvenes piden ver a las niñas. Autoridades del Hogar Seguro niegan la entrada a los bomberos. 17:41, Gobierno de Guatemala lamenta las muertes. 7 de junio 2017, orden de cerrar el Hogar Seguro. 

Abril de 2018, 14 sobrevivientes permanecieron en hogares privados. El relato de una tragedia que pudo y debió ser evitada.

[¿Ya leíste Las artistas también dicen «No fue el fuego»?]

Compartiendo la sala, hallamos el espacio destinado para escuchar dos capítulos del podcast «No fue el fuego», elaborados y difundidos por Ocote en 2021. «El bochinche» y «El incendio». 

El arte narrativo se une al periodismo para traernos el retrato vívido de aquellas horas intensas. La decisión de las jóvenes de escapar del «Hogar Seguro» se nos presenta como lo que realmente fue: el intento de sobrevivir emocionalmente, un grito de ayuda, la búsqueda de protegerse de un lugar peligroso. 

Resulta conmovedor escuchar cómo se fraguaron los planes, cómo se convenció a los compañeros de San Gabriel para que se unieran a la protesta. La dignidad humana llena de valor a quienes son desbordados por el abuso y llegan a un «¡ya basta!».

Finalmente, el corto documental «Somos el fuego», realizado por Victoria Bouloubasis, Mónica Wise y Lucía Reinoso, en coproducción con Ocote, sirve para terminar de configurar la causa fundamental de esta tragedia: el abandono del Estado, las condiciones de desigualdad, el peligro que acecha a los jóvenes en los barrios donde viven, los abusos y la violencia familiar, la ansiedad que provoca la permanente incertidumbre.

Termino esta visita con la imagen de una llave. Cuando sucedió la tragedia, esa llave de la que dependía la vida de 56 niñas no apareció para abrir a tiempo la puerta. Recordemos que en la citación ante el Congreso Nacional se dijo que fue el propio presidente de la República, Jimmy Morales, quien ordenó que se mantuviera a la Policía Nacional Civil a cargo de las niñas, niños y adolescentes mientras estaban encerradas.

Nueve largos minutos se escucharon los gritos y no hubo respuesta de quienes estaban a cargo de su vida y de su seguridad. El crimen es grave. Aquel fuego se extinguió, pero el abandono del Estado sigue allí. Y la llave sigue en las manos equivocadas. Nadie vendrá a salvarnos. Tendremos que ser nosotros y nosotras, quienes elaboremos el plan de salida. Esta exposición está llena de claves para comprenderlo.

Fotografía de Élmer L. Menjívar. «Las llaves perdidas» cuelgan entre el público que escuchar cómo el arte sigue contando la búsqueda de justicia para las niñas del incendio en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción.

*Carol Zardetto es escritora, crítica, ensayista, guionista y abogada guatemalteca. Fue viceministra de Educación y diplomática.

**La exposición de «No fue el fuego» estuvo alojada en La Nueva Fábrica, en Antigua Guatemala, del 1 al 29 de septiembre. Del 4 de octubre al 28 de octubre puedes visitarla en la Casa de la Memoria, en Ciudad de Guatemala.

Compartir en redes:
Regresar al Memorial

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *